Me gusta la fotografía, contar cosas con imágenes y lo poco que sabía era a base de prueba y error. ¡Mec! ¡Fallo! Para usar una cámara réflex hay que aprender, al menos, unos conceptos básicos que te hagan sacarle partido, que te animen a practicar y practicar sin volverte loca sin llegar a entender qué es lo que estás haciendo mal para que aquello tan bonito que estás viendo se vea reflejado en la foto después.

Pasé unos días en Madrid y tuve la gran suerte de poder asistir a un curso de iniciación a la fotografía digital que Malévolo impartía en su local de la calle General Riscardos. Por si no los conocéis, son una empresa formada por un puñado de profesionales de la fotografía, por gente joven con ganas de moverse y compartir sus conocimientos. Además de tener una tienda física y online en las que venden artículos relacionados con el mundo de la fotografía, estos chicos se mueven un montón y están metidos tanto en el mundo de la producción audiovisual como en el de la formación, impartiendo talleres como el que os comento. Y, una cosa muy chula es que, como les encanta viajar, apoyan a muchos viajeros, asesoran y se mueven muchísimo por el mundillo relacionados con los viajes y así fue como yo los conocí.

Álvaro, nuestro profe, fue un primor aquel “día de los enamorados”. Desde cero nos enseñó a los diez alumnos cómo manejar nuestras cámaras y conceptos tan básicos como obturación, velocidad, exposición, distancia focal, profundidad de campo o ISO que para mí eran como el japonés.

Pero llegó el turno de la práctica y, como aún estoy sin billete de ida, no se me ocurría mejor lugar que dar una vuelta por Córdoba, mi casa, como si fuera una extranjera y enseñárosla con los ojos de alguien que siempre la ha tenido enfrente pero que la ha valorado más bien poco. Sí, porque no sé si a vosotros os pasa lo mismo pero, a pesar de haber vivido muchos años allí, no he aprendido a quererla hasta hace casi nada.

He vivido algún que otro año fuera de ella, he viajado y me he mantenido lejos, distante. En esa distancia he querido volver a revivirla, sobre todo en primavera, cuando las calles viven y los naranjos se tiñen de puntos blancos que regalan un intenso olor a azahar que me recuerda a cuando era una enana.

Iglesia Santa Marina

Córdoba no es una ciudad grande, no tiene diez teatros, no tiene una Malasaña, no hay metro, las calles no están a reventar a las diez de la noche pero uno aprende a valorarla con el tiempo, a querer esa deliciosa calma, el bullicio alegre de la primavera y la fiesta constante de su mes de mayo.

Calles de Córdoba

Córdoba no es moderna. No tiene edificios innovadores, no encontrarás restaurantes de kaiten sushi ni una calle Serrano en la que dejarse la cartera. Sin embargo, cuando no estás, echarás de menos sentarte a disfrutar del sol en el patio de los naranjos de la gradiosa y única Mezquita-Catedral, sentirás la falta sus tabernas con olor a Montilla-Moriles o los paseos por los recovecos de la Judería.

Mezquita Córdoba

Córdoba no tiene nieve, no tiene playa. Aún así, cuando estés lejos recordarás sus cielos azules de verano, los paseos con el fresco de la primavera al atardecer o los domingos de invierno al sol en una de las cientos de terrazas de sus calles.

Claudio Marcelo Córdoba

Córdoba enamora callando. Enamora en sus silencios y en su alboroto al mismo tiempo. Y quizás nunca me llegue a establecer en ella pero cada vez que vuelva me seguiré enamorando de ella, la seguiré echando de menos en la distancia y, sobre todo, proclamaré que estoy orgullosa de pertenecer a ella donde quiera que esté.

Puente Romano y Mezquita Córdoba

Espero que os hayan gustado las fotos, si no son las mejores, tomad nota de que están hechas desde el corazón 🙂

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