Me desperté, no eran ni las cinco y media cuando se recolocó el hábito que le había servido de cortina, abrió los pestillos del vagón y se marchó caminando por una estación en el medio de la nada. Salí a ver qué pasaba y después de un intercambio de sonrisas risueño y somnoliento a la vez, volví a intentar dormirme de nuevo.

Aún quedaban más de seis horas para llegar a Bagan, Jairo dormía en la cama de arriba despreocupado y el aire fresco de estas horas daba ganas de acurrucarse con la sábana pero ahí estaba ya ella, la luz de la mañana. El amanecer se colaba por las rendijas de la persiana, esa que escondía el paisaje verde de la época de lluvias en esta zona del mundo. La bruma sobre los arrozales aún hacía descansar a los búfalos que todavía no se habían enterado que hoy un nuevo día nos sonreía a todos.

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¿Quién soy? ¿Qué soy? Unos días me levanto poderosa, orgullosa, 100% firme y convencida del sentido de todo esto; otros, en cambio, me asaltan las dudas mientras veo la vida de otros en la distancia. Hace unos días mi mundo se tambaleó de una manera brutal, podría haber sido fácil por estar en mismísimo Anillo de Fuego del Pacífico pero el epicentro estaba en España. Venía con el corazón tocado y él, que no era persona pero todos hasta él sabíamos que sí, se ha llevado una parte conmigo para siempre.

Quise volver, quise también no hacerlo nunca, lloré hasta que se me secaron las lágrimas, recibí unos abrazos por los que di mil gracias al señor Destino y ahora soy capaz de sonreír pensando en lo maravilloso que fue haber compartido el mundo contigo, hermano.

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Ser la gran ausente para algunos o, más importante, sentir que debía estar ahí es, junto al sentirme perdida,  mi talón de Aquiles en este viaje.

A veces me releo, me examino, pienso si sigo siendo fiel a mí misma, si esto al fin y al cabo tiene un sentido más allá que el puramente hedonista pero, sobre todo, si es temporal o permanente. Porque ha pasado más de un año, porque sigo teniendo nervios cuando llego a un sitio nuevo y porque continúo rellenando mis necesidades básicas pero he llegado a un estado de calma, de rutina de viaje que en ocasiones me asusta. Veo que es posible, que tengo emociones como las que vivía en Madrid aumentadas por mil, que tengo preocupaciones similares aunque no esté encerrada mirando a la Torre Picasso, que, al fin y al cabo, “esto” una vida. ¿Me habré convertido yo también en una nómada?

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Yo hice el viaje pero el viaje me ha comido a mí, me ha cambiado, me ha enchufado adrenalina por todos los poros pero también me hace replantearme constantemente quién soy, qué soy, qué quiero.

La respuesta muda, tanto como las veces que rehago la mochila, y alguna vez (o no) espero adivinarla. Pero lo que tengo claro es que mi vida siempre será, de alguna manera, un viaje como este. Lleno de vida.

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